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OPINIÓN >> De promesas, aplausos y olvidos

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Publicado el 25/06/2021
 Artículo elaborado por nuestra tesorera, delegada y portavoz, María José Campillo, y publicado en prensa nacional especializada en Sanidad

31 de diciembre de 2019. China informa al mundo de que 27 personas padecen neumonía de etiología desconocida, cuyos síntomas habían comenzado alrededor de 20 días antes, con epicentro en el mercado de la ciudad de Wuhan.

En enero de 2020 ya se había secuenciado el ADN del SARS-CoV-2 (algo que nos habría costado meses o años en otra época) y el planeta entero sabía que se encontraba frente a un nuevo virus altamente transmisible y potencialmente mortal.

El 30 de enero de 2020, una vez que había quedado demostrada la transmisión del virus entre humanos (entre otras pruebas, por el contagio de sanitarios que atendían a los enfermos en Wuhan) y tras la confirmación de casos declarados fuera de China, la Organización Mundial de la Salud declara la emergencia de salud pública de importancia internacional.

El 3 de febrero de 2020, la Organización Mundial de la Salud publica el Plan Estratégico de Preparación y Respuesta de la comunidad internacional para ayudar a protegerse a los estados con sistema sanitarios más frágiles.

El 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud, ante el avance del virus y la alarmante propagación de la enfermedad e inacción de muchos países, declara la pandemia del SARS-CoV-2.
Mientras tanto, en España, el 31 de enero de 2020, el director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitaria, Fernando Simón, asegura que la epidemia de Wuhan empieza a remitir y el conocido “no vamos a tener más de algún caso aislado”.

El 8 de marzo, con el virus ya instalado en Europa, varias regiones italianas decretan la cuarentena. Dos días después, esta medida se hace extensible a todo el país.
El 14 de marzo, con 5232 contagiados y 133 fallecidos en 24 horas (datos oficiales), España declara el Estado de Alarma. Hasta llegar a este punto, los gobiernos no habían adoptado ninguna medida para evitar la transmisión del virus ni para hacer acopio de material de protección para el personal sanitario.

Poco a poco, como si se tratara de fichas de dominó, los países fueron cerrando sus fronteras, declarando el confinamiento total de sus ciudadanos, paralizando la movilidad, limitando al máximo la interacción social… la actividad no esencial se detuvo en el mundo entero y las ciudades se apagaron para intentar frenar un virus en vertiginosa expansión.

El 18 de marzo de 2020 fallece el primer médico por COVID19 en España. Por entonces, desconocíamos que sería el primero de una negra larga lista que, a día de hoy, alcanza los 118.
Miles de sanitarios, cerca de 52000, resultaron contagiados durante la cruda primera ola de la pandemia, durante esos meses en los que la falta de material de protección se intentó suplir con elaboraciones ingeniosas. Vimos compañeros intentando protegerse con bolsas de basura, gafas de bucear, pantallas fabricadas con cualquier tipo de material, una única mascarilla para varios días en hospitales…

Las escenas vividas en los centros sanitarios eran dantescas, más propias de una guerra que de un país del siglo XXI. Miles de pacientes acudían confusos y aterrados. Los sanitarios no disponían de espacios para atenderlos. Algunos llegaban muy graves y las víctimas mortales se contaban a diario.

A finales del mes de marzo, la publicación The New York Times denuncia la precaria situación de los sanitarios españoles que hacían frente a la pandemia con equipos de protección caseros. Nos define como “kamikazes sanitarios”.

Mientras, la Administración estaba más preocupada en desviar culpas y responsabilidades. En lugar de intentar corregir errores, culpaba a los sanitarios de resultar infectados y negaba que los contagios de sanitarios se estuviesen produciendo en los centros sanitarios.

La población, sin embargo, salía a aplaudirnos cada tarde, a las 20:00 horas, a sus balcones, en un gesto de apoyo inmenso a todos aquellos que permanecían en los centros sanitarios trabajando y que habían sido enviados a una guerra con tirachinas.

Estos aplausos se mantuvieron durante meses, a diario. No solo ayudaron a mantener la moral alta entre los sanitarios, sino la de la propia población, que procuraba sobrellevar una situación de confinamiento que generaba niveles de ansiedad, miedo, cansancio e incertidumbre.

En esos complicados meses, los test para detectar o confirmar casos COVID eran escasos y su uso estaba muy restringido. Aunque los sanitarios teníamos conocimiento (no sin estupor) de que grupos poblaciones elitistas y la clases política tenían acceso ilimitado a ellos, el colectivo sanitario tenía que prescribir cuarentenas a miles de personas y sanitarios sin poder descartar ni confirmar si padecían la enfermedad.

El 21 de junio de 2020 finalizó el confinamiento en España y, con él, acabaron también los aplausos.

El 10 de junio de 2020, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, asegura que “el virus ha sido vencido” y se pone en marcha la Comisión de Reconstrucción (entre otros sectores) para la Sanidad Españolam que emite su dictamen el 22 de julio de 2020 con la aprobación del Pleno del Congreso.

Este dictamen analiza los puntos débiles del sistema sanitario nacional e incluye soluciones sin fecha concreta de realización.

Para afrontar los meses venideros, la estrategia se centra en que la Atención Primaria sea el muro de contención de la pandemia y que los rastreadores hagan el seguimiento de los casos. Con estos mimbres nace la nueva normalidad.

Las Comunidades Autónomas deciden, en su mayoría, que los médicos de Atención Primaria atiendan a los pacientes y lleven a cabo las labores de rastreo de casos, sin la contratación paralela de profesionales para poder asumir esta sobrecarga laboral.

En este contexto, la Atención Primaria entra en colapso y los hospitales, en los que tampoco se han incrementado las plantillas de médicos, siguen saturados. Así llegamos a la segunda ola.
Esta tónica se mantuvo durante meses. Sufrimos otra tercera ola devastadora tras las fiestas de Navidad y alcanzamos una cuarta embestida sin que las contrataciones de médicos sufrieran variaciones significativas.
Los intentos de aumentar el número de facultativos en nuestro país, como el RD 19/2020, eran un atentado a la profesión médica, a la Formación Sanitaria Especializada y a la calidad de la asistencia sanitaria española.

Ha pasado más de un año desde que comenzó la pandemia. Este tiempo ha sido largo y duro para todo, especialmente para el colectivo sanitario, y ahora comenzado a ver la luz al final del túnel gracias al avance de la ciencia y a los especialistas que han desarrollado las vacunas en un tiempo récord.

El número de contagios, ingresos hospitalario y en UCI y fallecidos y la Sanidad, tabla de salvación de la humanidad, vuelve a ser relegada al rincón de siempre, sin que lleguen las soluciones necesarias ni las reformas urgentes para salvarla.

La ansiada inversión del 7 por ciento del PIB en Sanidad ya se espera para el año 2050.

Se nos ha olvidado todo lo vivido y hemos vuelto al olvido.

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