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OPINIÓN CESM >> La importancia vital de la informática en la atención sanitaria

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Publicado el 31/05/2024
 Artículo escrito por nuestro delegado en el área 8 de salud, médico de Familia, Miguel Ángel Cámara, y publicado en prensa regional 

Publicado en el diario La Opinión de Murcia el 31 de mayo de 2024
 
Hoy es un día corriente en la consulta. No tengo programadas revisiones de pacientes crónicos complejos, por lo que puedo asistir a la reunión para organizar las vacaciones entre los facultativos de mi centro de salud. Es complicado encajar las necesidades y permisos que solicitamos, pero la labor de nuestra coordinadora se hace notar, para bien.
La consulta ha comenzado con normalidad y voy desgranando un día de trabajo con 41 pacientes -entre citados y forzados por distintos motivos-. Nada distinto a otros días, con la ventaja de que hoy no doblo a ningún compañero.
Y entonces salta por los aires el OMI, nuestro programa informático para la gestión de la consulta del médico de Familia.
Estaba en ese momento con una paciente hipotiroidea, cuya revisión -por parte del especialista hospitalario- estaba indexando en su historia clínica.  
Cuando esto sucede, con demasiada frecuencia en los últimos tiempos, informo  a los pacientes de la sala de espera. A esas horas, con un aforo en alza, intento recabar más información sobre la incidencia a través de Casius -la empresa que gestiona la informática y a lo único que podemos acceder ante este problema-.
El grupo de WhatsApp del centro de salud echa chispas; el resto de compañeros está como yo: se detiene la atención sanitaria en el centro. Todo pasa por el OMI y Casius confirma que se ha caído el sistema en toda el área y no saben cuándo se va a restablecer…El caos está servido a las 11:00 horas de la mañana.
Entonces, una paciente muy mareada y pálida entra en la sala de espera, acompañada por su familiar. Ambos están muy asustados. En la camilla, comienzo a prestarle la atención médica debida y la enfermera está ya tomando una vía periférica para comenzar con sueroterapia y la medicación que he prescrito de manera verbal. La paciente es de mi cupo y conozco de cabeza que no tiene alergias conocidas y recuerdo su historial. Hasta aquí, bien.
Las mañanas tienden a complicarse y hoy no iba a ser menos.  
El teléfono de la consulta, otra constante interrupción, repica con insistencia. Llama la auxiliar desde la ventanilla: “un paciente de la doctora de la tarde ha entrado en el centro con dificultad respiratoria y tiene mal color”, me dice.
“Tengo mi consulta ocupada con una hipotensión y me llevaré la disnea a la sala de urgencias”, voy pensando por el camino, mientras aprieto el paso para verle la cara al señor que respira mal y valorar la gravedad del episodio.
Al caballero ya lo han sentado en la silla de ruedas y sí, efectivamente su color algo grisáceo y el tiraje de sus costillas me ponen en guardia sin tener que preguntarle nada. Lo ha traído su nieto, muy joven, que lo ha echado al coche para acercarlo al centro.
Camino de la sala de Urgencias en la que se atienden los pacientes potencialmente graves, caigo en la cuenta de que no tengo acceso a la historia clínica del paciente. Cuando el OMI salta por los aires, el daño que se hace indirectamente a los pacientes puede ser incalculable.
Mientras exploro a este señor, hablo con el nieto para recabar información. Lo natural es que sepa poco de él; el nieto es demasiado joven y no está en los temas del abuelo.
Le digo: “zagal, coge el coche y me traes los informes que tengas de tu abuelo”, y el chico sale a por ellos de un brinco.
Desconozco si ha sufrido un infarto previo, si padece una insuficiencia cardiaca tratada, o si es un EPOC conocido. No es mi paciente, no pertenece a mi cupo, pero sé cómo tratar una urgencia con las medidas de soporte necesarias. Tampoco responde bien a mis preguntas, pues le está bajando la saturación de oxígeno. Ni puedo saber si es alérgico a alguna medicina… “Malditos fallos informáticos”, pienso.
Los minutos pasan y la administración de oxígeno y la primera medicación hacen su trabajo sobre mi diagnóstico de sospecha. No va tan mal la cosa.
Electrocardiograma, presión y glucemia terminan de darme las claves diagnósticas mientras el nieto llega sudoroso con el informe de la última hospitalización hace 4 meses. ¡¡Bingo!!  
Tengo tiempo para avisar a la UME -eficacísimo servicio de emergencias que tenemos los ciudadanos de cualquier rincón de la Región de Murcia, ¡¡un lujazo!!- para trasladar a este señor diagnosticado y con el tratamiento iniciado camino del hospital de referencia.
El informe que hago para mi compañero del 112 y para Urgencias, que antes habría salido en un instante por la impresora, lleva su tedioso y lento proceder manual porque el OMI sigue caído una hora y media después. 
Resuelta la hipotensión, los pacientes de la sala de espera que nos han visto ir y venir a la enfermera y a mí un poco agobiados, permanecen. Necesitan que les resuelva sus problemas de salud, que para eso han pedido cita. Y yo sin poder renovar ni una receta electrónica ni poder pedir una ecografía ni hacer una interconsulta. ¿Quién gestiona este caos?
Querer atender a nuestros pacientes en las mejores condiciones posibles está en nuestra vocación, pero esto no justifica el riesgo para los mismos por ausencia de información, ni el suplemento de estrés y las horas de trabajo perdido o retrasado que genera la falta de una inversión adecuada de los servicios informáticos.
 
Y esto ya no es labor de los médicos, enfermeros y auxiliares que damos la cara y la primera asistencia de este tan cacareado primer escalón asistencial. 

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